Los desastres naturales sacan a la luz realidades, inequidades y tragedias cotidianas de los pueblos, sobre todo aquellos marginalizados.
El terremoto del 16 de abril del 2016 está removiendo nuestras propias imágenes de cómo es el país en el que vivimos: muchos pequeños poblados fueron destruidos, construcciones precarias se vinieron abajo, la dramática situación ante la falta de agua y la acumulación de desechos.
Con una magnitud de 7,8 grados, las principales zonas afectadas son las poblaciones de Manabí y Esmeraldas, aunque también sufrieron graves daños la provincia de Guayas y otras provincias de la Sierra.
Un remezón de este tipo afecta carreteras, casas, cultivos y se agrava cuando se ha perdido conexión con el ritmo ecológico propio de la naturaleza y sus ciclos. Hay varias consideraciones ambientales que se pasan por alto, debido a la urgencia propia de la emergencia del momento; sin embargo, es necesario tenerlas presente justamente para evitar que los problemas se agraven.
Hay una justa y necesaria preocupación por la infraestructura de la zona, como son el multipropósito Río Grande, las presas Baba y Pozo Honda, el trasvase DauVin, e incluso de la represa Daule Peripa. Corresponde un cuidadoso escrutinio de qué está pasando en ellas. Por suerte no está construida la refinería del Pacífico, ubicada en el zona del desatre.
Si se requiere apoyo para confirmar el estado ambiental de las zonas afectadas, nos declaramos públicamente voluntari@s. Sería necesaria una activación de protocolos de emergencia ambiental, la participación activa de universidades y profesionales de riesgos ambientales así como la presencia activa en la zona de organizaciones ecologistas y de derechos humanos que favorezcan un adecuado seguimiento a la emergencia. Debemos prevenir cualquier riesgo adicional a los que ya afectan a las poblaciones de una zona que ya está muy golpeada.
Esta crisis dolorosa nos convoca a pensar que la reconstrucción debe ser una oportunidad para recuperar el tejido social, preguntarnos cuáles son las prioridades, cuáles son las necesidades a satisfacer, cómo priorizar el cuidado de las personas vulnerables, cuáles son los trabajos socialmente necesarios y cómo prevenir nuevas afectaciones tras el desastre.
Esto por supuesto nos convoca a evitar las acciones que agudizan los riesgos; a pensar en las escalas que podemos controlar, y trabajar con las personas damnificadas de acuerdo a las prioridades que ellas han definido.
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