Incendios forestales en Ecuador

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La necesidad de una política pública del Estado para evitar desastres relacionados con el cambio climático y la degradación ambiental

El fuego, un elemento tan antiguo como la humanidad misma, continúa causando asombro y preocupación cuando irrumpe de manera intempestiva en selvas, bosques, páramos y monocultivos arbóreos, debido a la magnitud de los destrozos que provoca.

En lo que va del año 2024 (septiembre) los medios de comunicación han reportado la pérdida de más de 16. 000 hectáreas de ecosistemas forestales. El incendio de Quilanga, en la provincia de Loja al sur del país, se ha destacado como el de mayor duración y extensión, durante 12 días el incendio consumió 7.600 hectáreas. Fuimos testigos, con gran consternación, de cómo el fuego consumía plantaciones de pino y eucalipto, arrasando a su paso cultivos de café, granjas, viviendas y las pertenencias de los campesinos de la zona.

Pichincha, la segunda provincia del Ecuador más susceptible a incendios forestales, ha sido testigo de devastadores siniestros. Las imágenes de los eucaliptos ardiendo en el Panecillo evidenciaban la intensidad del fuego, cuyos impactos en los ecosistemas y la salud humana son sumamente graves.

La flora y la fauna se ven severamente afectadas por estos eventos, y su restauración podría requerir un período considerable. Además, los incendios forestales desencadenan otros efectos perjudiciales, como la emisión de gases y humo. Estas emisiones contienen ozono, dióxido de carbono, monóxido de carbono, hidrocarburos policíclicos aromáticos, dióxido de azufre y material particulado, entre otros contaminantes, que causan daños significativos en la salud de la población expuesta.

En Quito, las llamas han consumido una parte importante del «cinturón verde» que rodea el núcleo urbano de la ciudad y los valles aledaños. Este cinturón está constituido principalmente por 5.242 hectáreas de plantaciones de eucaliptos[1], que predominan en las laderas del Pichincha y en zonas como Píntag, Nono, Conocoto, Alangasí, Amaguaña, La Merced, Pifo, Calacalí, El Quinche y Yaruquí. Es evidente que los incendios forestales recientes requieren medidas preventivas urgentes, lo que implica un análisis profundo de sus causas subyacentes. Durante los meses de julio a septiembre, caracterizados por intensa sequía y altas temperaturas, la vegetación nativa demuestra mayor resistencia al fuego que las especies exóticas como el eucalipto y el pino. Lamentablemente, estas últimas han reemplazado a los bosques nativos de la sierra, cubriendo las montañas con plantaciones forestales que, con frecuencia son abandonadas.

El eucalipto, en particular, presenta características que exacerban el riesgo de incendios:

  1. Absorción excesiva de agua: Cada árbol adulto consume en promedio 200 litros de agua por día, contribuyendo a la erosión y desecación de los suelos.
  2. Inhibición del crecimiento de otras plantas: Sus sustancias impiden el desarrollo de vegetación que podría actuar como barrera natural contra el fuego y retener humedad.
  3. Hojarasca persistente: Sus hojas, al no descomponerse fácilmente, se acumulan secas en el suelo, proporcionando combustible adicional para el fuego.
  4. Aceites esenciales altamente combustibles: Tanto el pino como el eucalipto contienen aceites que, además de otorgarles su aroma característico, son sustancias inflamables.

Los incendios forestales recientes son resultado directo de acciones humanas, que van desde actos de piromanía y quema inadecuada de basura hasta fogatas mal extinguidas. No se puede descartar la posibilidad de acciones malintencionadas, las cuales deben ser objeto de investigaciones exhaustivas. Sin embargo, es crucial reconocer que ciertas políticas públicas, tanto antiguas como recientes, han creado condiciones propicias para estos eventos. Entre ellas se encuentran la sustitución de bosques nativos por plantaciones forestales y la priorización de la reforestación con especies exóticas, decisiones motivadas principalmente por beneficios económicos a corto plazo.

Estudios recientes subrayan que el avance del cambio climático agudiza las condiciones favorables para los incendios forestales. El aumento de las temperaturas globales, combinado con la disminución de las precipitaciones, crea un entorno propicio para estos siniestros. Paralelamente, los incendios forestales, al liberar grandes cantidades de carbono a la atmósfera, intensifican el cambio climático, generando un ciclo de retroalimentación negativa que se agrava año tras año.

Frente a esta realidad, es imperativo desarrollar una estrategia integral de prevención de incendios forestales, una tarea pendiente de gobiernos nacionales y municipales anteriores. Hasta la fecha, se ha optado por medidas reactivas como la movilización de bomberos o la búsqueda de piromanos, en lugar de invertir en el desarrollo de una política eficaz de prevención del fuego.

Esta estrategia debe incluir un replanteamiento fundamental de la gestión forestal. Es necesario:

  1. Modificar paulatinamente las masas repobladas de pinos y eucaliptos hacia formaciones autóctonas.
  2. Priorizar la restauración de ecosistemas nativos propios de cada zona del país.
  3. Retirar los eucaliptos quemados, independientemente de su capacidad de regeneración, para facilitar el crecimiento de árboles nativos.
  4. Implementar estos trabajos mediante mingas, fomentando la participación de comunidades cercanas a las áreas afectadas.
  5. Contar con el apoyo multidisciplinario de expertos como botánicos, agrónomos, forestales y estudiantes.

Diversas voces ciudadanas exigen que la crisis ecológica actual sea abordada mediante medidas integrales. Estas deben incluir: Implementación de monitoreos comunitarios. Gestión adecuada de cuencas y quebradas. Capacitación en prevención de incendios forestales en zonas vulnerables. Políticas urbanas orientadas a aumentar la porosidad de los suelos en las ciudades. Desarrollo de campañas de «basura cero» en áreas urbanas y rurales.

Todas estas iniciativas deben formar parte de una política integral del Estado para prevenir no solo incendios forestales, sino también otros desastres relacionados con el cambio climático y la degradación ambiental.

Esta estrategia holística no solo abordaría la prevención  de incendios, sino que también contribuiría a la restauración y conservación a largo plazo de nuestros ecosistemas, fomentando la resiliencia ante los desafíos climáticos futuros.

La desaparición de nuestros bosques conlleva graves consecuencias. Además de las ya señaladas, es preciso destacar otras, como las que se manifiestan notablemente durante la época invernal. En este período, las ciudades y los campos se ven azotados por inundaciones debido a que la tierra, desprovista de su capa vegetal, ha perdido su porosidad y es incapaz de retener el agua en su interior.

Por lo tanto, es prioritario para todo el país implementar una política integral que abarque el cuidado y la restauración de nuestros bosques, así como la prevención de incendios y otros riesgos asociados. Esta estrategia es fundamental para enfrentar las amenazas que el cambio climático, cuyas consecuencias ya estamos experimentando.

[1] «Silvicultura urbana y periurbana en Quito, Ecuador: estudio de caso». Equipo de montes. FAO. 2017. https://openknowledge.fao.org/server/api/core/bitstreams/56a86ed2-f6ab-4ee2-867e-04adee619d40/content

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